Siempre preferiste el vino a la cerveza,
el horizonte rojo de las tardes me lo recuerda.
Es como si una copa de tinto se derramase entre las nubes cuando el sol se acuesta;
¿qué se prende en el cielo cuando nuestras miradas se encuentran?
A sus atardeceres rojos se acostumbraron mis ojos,
pero nunca me acostumbré al azul de tu mirada,
que apagaba cualquier llama hiriente de mi pecho,
y que hizo que pasase lo que pasase siempre te amara.
El sol se oculta y viene la luna,
pero mi sol siempre arde y tú tienes la culpa.